viernes, 1 de diciembre de 2006

Que reviento, coño!


Contener la risa o como sufrir dolores de estómago.

A lo largo de nuestras vidas, cada día que pasa, en el trabajo, por la calle, en la consulta médica, en la Agencia Tributaria o en el autobús. Son cientos de ocasiones en las que, por una razón u otra, nos vemos obligados a hacer un verdadero esfuerzo por contener la risa. Esa risa nerviosa que, a medida que van pasando los segundos, se hace verdaderamente incontenible. Que empieza por un pequeño bufido, continúa con una salida incontrolada de aire por la nariz, y que termina en espasmos y movimientos convulsivos de hombros y cabeza.

¿Quién no recuerda esa caída en la calle delante de nuestros ojos? Ese auténtico ejercicio de gimnasia deportiva que realiza el viandante que nos precede antes de comprobar el estado del baldosín con sus narices...ese escorzo, esa figura de patinaje artístico (“Doble mortal hacia atrás, doble loop hacia la izquierda...bueno, le falla un poco la finalización”). Es penoso, el morrazo puede ser de campeonato, pero no podemos evitarlo, mientras le ayudamos a levantarse la risa se nos escapa entre dientes: “Vaya por Dios hombre(jjijijij)...que caida más tonta (jijijiji)...si es que esto es una vergüenza como tienen las aceras, la culpa es de quien les vota...” “Que razón tienes hijo...es que nos tienen esto fatalmente...y yo que estoy operado de hace un mes!”. Realmente penoso, pero ya no hay manera de contener la risa.

Este es el ejemplo más usual, junto con el de la señora que resbala en el supermercado rodando por el suelo junto a vituallas varias, cual grácil menestra. Aquí se unen dos elementos: la recogida selectiva de las citadas vituallas y la llegada de los típicos conocidos que vienen a confirmar el accidente: “Ay Mari, por la Virgen, pero cómo has hecho, reina?”. Ese es el momento de salir corriendo a reírse detrás del mural de los yogures.

De todos modos, el hecho de ir sólo o acompañado influye mucho en la capacidad de aguantar la carcajada. Y dentro de los posibles acompañantes hay unos que influyen más que otros. A mí me pasa con mi hermano. En estos casos no puedo ni mirarlo. Él sin embargo tiene una envidiable capacidad de aguante, lo que provoca situaciones comprometidas, al menos para mí. Pone una cara seria y cuando la víctima no mira, realiza un pequeño movimiento de boca que hace que mi diafragma se convulsione de tal manera que impele una sacudida a mis pulmones que hace que el aire se expulse por los orificios que en ese momento estén abiertos. Si tengo un pedo a punto, la situación es, si cabe, todavía más comprometida. A veces llego a creer que me sale aire por las orejas. En fin…un besazo para el y un saludo para todos. Y continuará…

Septiembre de 2005

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